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¿Como aumentar visitas de turistas rusos a España?

Viajar a San Sebastián

En España hay una multitud de los sitios provinciales fascinadamente hermosos y los monumentos arquitectónicos, que están inmerecido olvidados por los turistas de Europa del Este. Las causas por las cuales la gente no llega a las perlas históricas verdaderas de España son bastante triviales. Los gobiernos de estos lugares no reparten el dinero para su publicidad, y si pagan cierta suma, aquello, lo más probable no llega a su destino. En el total hasta los turoperadores profesionales no llega la información sobre la mayoría de tales sitios mágicos con la cantidad enorme de nuevas proposiciones turísticas con el precio excelente capaz de interesarlos.

La compañía «Espanarusa» tiene posibilidad de mejorar dada situación. Ya que tiene una posibilidad de crear los materiales de presentación con una gran cantidad de las fotografías actuales de autor y los reportajes periodísticos muy atrayentes sobre estos sitios de España. Más tarde los reportajes semejantes se instalan en el portal «Espanarusa» y se envían a más de 600 direcciones de los socios constantes en ex-países de URSS, que se ocupan de la formación de rutas para los viajes a España. Sin duda tales reportajes profesionales en seguida llamaran atención de mil de turistas, serán el modo ideal para «la publicidad escondida». Encargar los reportajes es posible en la compañía «Espanarusa»:

Teléfonos:

+7 495 236 98 99 (De lunes a viernes de 10 a 18 h en Rusia)

+34 93 272 64 90 (De lunes a viernes de 10 a 18 h en España)

info@espanarusa.es

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(articulo de muestra)

San Sebastián se sitúa un tanto aparte de las principales rutas turísticas conocidas por los viajeros rusos. Es una ciudad que los turistas rusófonos pueden visitar solo por casualidad o bien atraídos de improviso por alguna exposición de negocios, festival de cine u otros eventos culturales. San Sebastián se menciona poco en las guías de viaje sobre España destinadas al gran público ruso, y entre los rusos esta ciudad no se considera en sí misma un destino popular. Y ello, hay que decirlo claramente, se trata de una visión del todo errónea.

Si usted es ruso, lo más probable es que para ir a San Sebastián tenga que hacerlo desde Barcelona, ya que a través de esta ciudad pasa el gran flujo turístico que alimenta a toda la costa española con viajeros y su dinero. Por este mismo motivo, existe una alta probabilidad de que usted, si está de vacaciones o vive en España, se encuentre precisamente en Cataluña, en alguna de sus costas o directamente en Barcelona.

Viajar a San Sebastián

Si usted es un turista que no se broncea bajo el sol mediterráneo por primera vez, y está convencido de que España difícilmente puede ya sorprenderle con algo, entonces San Sebastián debe ser para usted un destino obligado. Si es usted una persona que vive en España desde hace varios años, entonces considere que San Sebastián aspira seriamente a hacerle la competencia a todos sus lugares de descanso preferidos. Le resultará, de hecho, una ciudad impredeciblemente diferente, absolutamente distinta de los populosos lugares de baño de la Costa Brava, Costa del Sol y similares, pregonados por todo el mundo. Los motivos a favor para realizar un viaje a San Sebastián se expondrán a continuación de forma detallada y gradual. Compruébelos, merecen la pena.

Camino a San Sebastián

Mercedes S 500, velocidad media 138 km/h, cuatro pasajeros a bordo

El medio de transporte recomendado para este viaje es, por supuesto, un buen y confortable automóvil, desde cuyas ventanas todos los paisajes son especialmente atractivos. Y no solo porque la distancia exacta de Barcelona a San Sebastián sea de 580 kilómetros de fantásticas pendientes montañosas y románticas lejanías brumosas. Sino también porque así usted podrá añadir también al recorrido las acogedoras calles de tres perlas de España, por las cuales no hay que dejar de pasar. Se trata de Lleida, Zaragoza y Pamplona. A través de estas bellas y antiguas ciudades de España pasa la autovía que nos conduce a San Sebastián, y pasar de largo sin detenerse sería un error irreflexivo. Por ejemplo, en Lleida y Zaragoza hay fantásticas catedrales que inspiran sentimiento religioso, tras cuya vista uno no puede hacer otra cosa que convertirse en un ferviente católico durante algún tiempo. Y en Pamplona puede uno desentumecer las piernas corriendo en compañía de toros insatisfechos por callejuelas estrechas y oscuras, marcando las distancias con un periódico enrollado. Y, hablando sinceramente, hay que pasar por estas ciudades precisamente en vísperas del encuentro con San Sebastián, una ciudad en nada parecida a ninguna otra de España.

La calidad de la carretera es excelente. Las autopistas de pago con varios carriles, con asfalto idealmente liso, sin baches, ofrecen una prolongada satisfacción a todo conductor. La velocidad permitida en las carreteras varía de 80 a 120 km/h, pero si se pasan los puntos de peaje sin acelerar y sin llamar la atención de la policía de carreteras, en varias partes es posible arriesgarse hasta los 200 km/h. Pero en este sentido hay que recordar que superar esa velocidad en España no está permitido desde 2007 ni siquiera en coches deportivos. Al rebasar en el velocímetro la marca de los 200 km/h, el conductor se considera de inmediato un infractor y puede ser llevado a prisión. A lo largo de la autopista hay numerosas gasolineras, combustible en abundancia, y cerca suele haber una cafetería en la que se puede encontrar algo con lo que recuperar fuerzas.

Por el camino, comeremos obligatoriamente en Lleida, y daremos buena cuenta de un asado medieval, para no quedarnos con hambre hasta la tardía cena, que seguramente tendrá lugar en Zaragoza. Aquí también pasaremos la noche. Y, tras salir por la mañana hacia San Sebastián, pasaremos bajo un extraño arco de hormigón, que marca el lugar por donde pasa el invisible Meridiano de Greenwich. Más adelante, la atención de los viajeros es atraída de pronto por unas huestes de graciosos gigantes blancos, los enemigos favoritos de Don Quijote, que han madurado y han avanzado muy bien en su desarrollo técnico durante los dos siglos pasados. Con estos molinos de viento probablemente no habría podido vérselas Don Quijote ni con la ayuda de Rocinante y Sancho Panza juntos.

Viajar a San Sebastián

En numerosas colinas y elevaciones a lo largo de la autopista se han instalado centenares de generadores eléctricos modernos que funcionan con energía eólica. Desde lejos, a ojo, no se advierte de inmediato el tamaño real de estos mecanismos, pero al pasar cerca de uno de ellos no queda duda: ¡son gigantescos! No menos impresiona la utilización masiva de la energía solar. En varias altiplanicies, en lugar de los habituales olivares o plantaciones de naranjas, han quedado congeladas en posición torcida incontables cohortes de planchetas plateadas, compuestas de células fotoeléctricas. Al mirar a lo lejos, uno se da cuenta ¡de que hay millares!

A punto de cumplirse la sexta centena de kilómetros, cerca ya de San Sebastián, la vía rápida y amplia se reduce hasta un solo carril y comienza a oscilar. Y de ambos lados de la carretera surgen empinadas pendientes, cubiertas de un bosque espeso e impenetrable. Parece que la ciudad está bien protegida por todos lados por la propia naturaleza. Esto tuvo su papel en su historia, en sus guerras y victorias. Hasta hoy día, muchos vascos no aceptan la validez de las autoridades españolas, llevan a cabo constantemente una tarea de subversión separatista y aspiran a alcanzar la total independencia de la región. Probablemente, tienen muchos deseos de sentarse por fin tranquilamente en sus montañas, en orgullosa soledad, y no dejar entrar a nadie. ¡Para que no llegue de pronto el enemigo y se coma todos sus sabrosos bocadillos!

La ciudad de San Sebastián. Impresiones de un turista

Primeros diez días de abril, 2009

Entramos en la ciudad de pronto. Solo hace un momento nos rodeaba un bosque soñoliento, y de repente en vez de robles y cipreses se elevan sobre la carretera modernos edificios de varias plantas, hechos de vidrio y hormigón gris liso. Al instante llama la atención que las calles de la calle están fantásticamente acondicionadas: en los céspedes florecientes hay numerosos árboles de especies exóticas, bien cuidados; repartidos a lo largo de la calle hay espaciosos parques; en las acogedoras plazas borbotean incontables fuentes y se muestran obras esculturales de gran talento. La impresión general produce entusiasmo, le induce a uno el deseo de detenerse de inmediato y pasear por esas calles.

 

Nos acercamos al hotel, que está situado, a juzgar por el mapa, a un paso del Golfo de Vizcaya y la orilla del río que pasa por la ciudad. Aunque, no hay que olvidarlo, bajo el nombre de “golfo” se esconde Su Alteza, el Océano Atlántico. Y es que no existe ninguna frontera física entre las aguas del Mar Cantábrico y las del Océano Atlántico. Nuestro distinguido alojamiento de cinco estrellas, el Hotel María Cristina, dirige la vista de sus ventanas hacia el río Urumea, que geográficamente divide la ciudad en dos partes. Salimos del coche y en ese mismo momento nos damos cuenta, por el olor, ¡de que el océano está cerca! Es curioso que, según lo que es habitual en España, abril es ya plena primavera y, por ejemplo, en Cataluña en esas fechas el clima ya es bastante cálido, se puede salir a pasear con una camisa ligera, la tierra está caliente e incluso cerca del mar hay un viento agradable en el que se empieza a intuir el verano cercano.

 

Pero en San Sebastián no existe el cálido mar mediterráneo; aquí el señor es el severo Océano Atlántico, y eso significa que el clima es del todo distinto. A pesar del día soleado, llega un aire salado, como si acabase de impregnarse en ostras abiertas, más fresco que una berza marina recién sacada del mar, y toca la cara con un frío helado casi imperceptible. Cosquillea suavemente con un soplo helado en las ventanas de la nariz y envuelve a los recién llegados en una inusual aura friolera. Incluso varias horas después, invertidas en paseos por San Sebastián, ese aroma a océano no se atenúa, sino que continúa distinguiéndose claramente con toda la piel y con cada respiración. Su invisible radiación fría de inabarcables masas de agua salda a una temperatura media no superior a los nueve grados centígrados se extiende tierra adentro y penetra sin obstáculos a través de las casas y muros en los cuerpos de los que pasean por la playa y de aquellas personas de sangre caliente que descansan en la orilla. Sin embargo, este efecto despeja, y el cansancio del largo camino desaparece sin rastro en pocos minutos, gracias claramente a la contribución de la atmósfera de la orilla del océano, con su mayor contenido en oxígeno. El verano aquí no es tan caluroso como en el sur de España, y el agua es cristalina. Pero incluso en la bahía de la ciudad hay que mantener el oído aguzado. Las taimadas corrientes oceánicas pueden enviar repentinamente al otro mundo a un nadador de cualquier nivel de preparación. Al mirar desde el parapeto del paseo marítimo a las aguas tumultuosas en la desembocadura del Urumea, en seguida se aprecia una excepcionalmente potente y rápida mezcla de enormes masas de agua. Por ahora no entran ganas de bañarse ahí.

 

Al salir por primera vez al paseo marítimo y ver el Atlántico, el reprimir exclamaciones de entusiasmo está al alcance de muy pocos. La fuerza de los elementos acuáticos impresiona al hombre a un nivel animal, provoca agitación y asusta un poco. En el espacio interminable de la superficie gris, como de acero azul, del océano, dormita algo primigenio y que presagia peligro. El muro que delimita la playa y protege a la gente de las tempestades aparece como un mal augurio. Su altura, literalmente, es seis veces mayor que la de los rompeolas de Barcelona. Contradictorias emociones mezcladas llenan el pecho, pero uno no consigue separarse de la contemplación de esa vorágine todopoderosa. La consciencia comprende los peligros que guardan las profundidades, pero la grandeza de esa fuerza helada atrapa e hipnotiza. Pero ya los brazos comienzan a hormiguear, la nariz se está poniendo azul, y hay que obligarse a uno mismo a ir a calentarse en una taberna de la ciudad vieja.

La ciudad de San Sebastián no es grande. En ella viven tan solo unas doscientas mil personas. Con la primera visita al sector central, enseguida se encuentra uno en el corazón de la ciudad. Aquí esperan a los visitantes unos adoquines de mármol –limpiados hasta hacerlos brillar y gastados por los zapatos de los marineros y los juerguistas portuarios–, y a lo largo de ellos una incontable sucesión de bares, pubs y cafés, que cierran solo unas pocas horas en todo el día y la noche, y eso solo para fregar rápido el suelo y preparar una nueva ración de apetitosos bocadillos.

La arquitectura de la ciudad está en el límite de la belleza del juguete. El ayuntamiento no escatima ni dinero ni materiales para la restauración y reparación de edificios. Todas las fachadas están irreprochablemente estucadas, y pintadas excelentemente en tonos atrevidos pero firmes. Es enorme la cantidad de elementos de forja, mármol, y excesos arquitectónicos agradables a la vista. El sensacional éxito ecléctico en la unidad del estilo de la ciudad se consigue mediante la apuesta por lo aristocrático y lo sólido. Las farolas, las vallas de los parques y las patas de los bancos son de hierro colado con refinados tirabuzones y motivos vegetales. A todo le confieren un encanto especial los grandes letreros con los nombres de calles y tiendas, con su bella escritura angulosa en lengua vasca. Según algunas investigaciones, se considera que los vascos son parientes cercanos de los actuales armenios que hace 3.500 años emigraron desde el Cáucaso, aproximadamente desde el territorio de la actual Georgia, y se asentaron en los espesos bosques de la costa atlántica de la Península Ibérica. Como prueba de ello sirven las más de mil palabras en Euskara que coinciden del todo con palabras análogas en la moderna lengua armenia.

San Sebastián también deja perplejo por su limpieza. Después de varios días de caminar por sus calles uno se topa involuntariamente con una pregunta un poco tonta: “¿Pero quién se encarga aquí de mantenerlo todo en orden?” Hay que reconocer objetivamente que en ningún lugar de Europa, y más aún en España, tuvimos la ocasión de ver unas aceras tan irreprochablemente limpias. ¡Prácticamente es imposible encontrar en ellas ni siquiera el envoltorio de un caramelo! Y esto no significa en absoluto que uno se encuentre en una calleja por donde no pasa nadie. Incluso en la avenida principal hay por todas partes una limpieza irreprochable, próxima a la desinfección. Durante cuatro días de paseos no se encontró ni una sola calle sucia. Diremos aún más, en el alma del viajero recién llegado se desliza la sospechosa sensación de una magia misteriosa utilizada por los habitantes de San Sebastián para limpiar la ciudad de la basura cotidiana. ¡Porque con los métodos conocidos por los europeos no es posible adecentar así una ciudad!

Para los amantes de la moda y adictos a las compras, San Sebastián será el paraíso terrenal. Aquí hay una incontable cantidad de glamurosas boutiques y tiendas burguesas con prendas de todas las marcas mundiales imaginables. De hecho, San Sebastián se considera oficialmente en 2009 el sitio más caro para vivir; aquí se dan los mayores precios de inmuebles en España, y la gente común no se exhibe de otra manera que con trajecitos de Prada y bolsitos de Chanel. A diferencia de Barcelona o Madrid, donde el baile de la alta costura lo dirigen las tiendas oficiales, abiertas directamente por los fabricantes, en San Sebastián trabajan más de un centenar de pequeñas boutiques privadas que dictan atrevidamente sus normas a los compradores. Sus propietarios son por lo general mujeres de posición acomodada con un gusto refinado, que escogen el surtido de temporada de entre colecciones ultra frescas de modelistas europeos, reuniendo con talento los objetos según su color, sus materiales y su corte. Por eso, al entrar en una de estas tiendas, el cliente tiene la impresión de que se trata de una nueva y prestigiosa marca, cuya existencia no sospechaba hasta entonces. Cierto, para los acompañantes de los apasionados insaciables de la moda, todas esas fabulosas vitrinas interminables se transformarán pronto en un instrumento de lenta tortura. Por suerte, cerca de las tiendas hay establecimientos bastante cómodos en los que es habitual sentarse y colocar los trofeos femeninos en espera de recibir –como si de una bestia de carga se tratase– una nueva bolsa de papel brillante con compras.

Hay varias tiendecitas alegres donde venden recuerdos nacionales y artículos como camisetas, gorras, etc. ¡Compre obligatoriamente una boina vasca! Es una cosa encantadora, muy cómoda, especialmente si comienza a lloviznar. Solo que deberá pedir al dependiente que le muestre la forma correcta de ponérsela. No se ría, pero, correctamente puesta, recuerda a aquellas grandes gorras de lana que eran tan populares entre los pueblos caucásicos en la época de la URSS. Esto es claramente una prueba más a favor de la teoría de las raíces armenias de la población local.

 

En la ciudad hay diversas opciones suplementarias para el entretenimiento de los turistas. Tras las agotadoras compras, será saludable para los músculos de la espalda echar un vistazo al centro de spa “La Perla”, situado directamente junto al oleaje del océano. Se trata de una empresa moderna, fundada con el espíritu de obtener beneficios económicos del flujo de turistas acaudalados, pero con un punto de sentido común y precios tolerables. El centro de spa es espacioso, está situado en dos niveles, y cuenta con una amplia gama de procedimientos preventivos, curas naturales y servicios estéticos en la tercera planta del edificio común. La entrada a la zona de piscinas es de pago, y por persona cuesta 25 euros por dos horas. El agua es allí auténticamente oceánica, tan solo calentada y limpiada. En el primer nivel hay un gran embalse de agua con corrientes de hidromasaje y un jacuzzi gigante para 12 personas, y también cómodos divanes con calefacción infrarroja para los huesos, cansados de probarse ropa nueva. Una planta más abajo, hay otra serie de piscinas, varias saunas (tanto secas como húmedas) y diversas cabinas de ducha con agua fría y caliente. Cerca de la última hora de la tarde, todo el complejo se llena de los múltiples colores de las innumerables luces de diodos, que forman un único circuito lógico y cambian sincronizadamente los tonos del espacio común dependiendo del estilo de música que acompañe al relax. Es un lugar chic y agradable, que puede resultar interesante tanto para parejas jóvenes como para pensionistas. Se pueden comprar bañadores directamente en la entrada por 40 euros. Si hace poco que usted y su pareja se han conocido y están en el periodo romántico, en la piscina principal –en la que se suceden a intervalos regulares pequeñas columnas de piedra– pueden encontrarse muchos rincones íntimos para abrazarse y besarse entre las tumultuosas cascadas saladas. Ahí la profundidad es de aproximadamente un metro y medio, y la temperatura del agua, 31º C.

San Sebastián tiene su propio casino. Es un pequeño establecimiento provincial concebido para centenares de visitantes que no hacen grandes esfuerzos para enriquecerse de forma inmediata. Situado en el centro de la ciudad, para entrar pretenden cobrar 8 euros. Pero si usted dice que se aloja en un hotel de cinco estrellas y muestra la llave de su habitación, le dejarán entrar gratis. Sorprende un tanto el color escarlata brillante presente en todo el interior. Aquí todo es rojo, desde la ropa del croupier hasta las mesas, e incluso el tapizado de las paredes. Por eso, a las mujeres fatales el típico vestido rojo no les dará ningún privilegio, sino que más bien las hará confundirse entre el personal. Probablemente, será mejor para ellas vestir esta vez de blanco. Los croupiers son profesionales; las apuestas iniciales no son altas: desde dos euros y medio por ficha. Las bebidas son todas de pago, los entremeses también; en caja, los premios se entregan sin entusiasmo, sin sonrisas ni felicitaciones, siguiéndole después a uno con una mirada de reproche. Realmente, las típicas muestras de un establecimiento provincial. Pero, a su manera, éste no es un mal lugar para auténticos caballeros que han decidido pasar mundanamente una tarde tranquila mientras sus damas alternan el masaje con el peeling de la piel en el centro spa vecino. No traiga con usted más de mil euros si va solamente a relajarse. Esto es suficiente para media noche de juegos de azar, pero, por favor, sin fanatismo. Se trata solo de un entretenimiento, no de una mina de oro.

Las discotecas de San Sebastián no destacan por nada especial. Esto no es Ibiza. En la pista de baile hay algo que pasa indolentemente toda la noche, usted bebe su cocktail en un rinconcito y se prepara lentamente para irse a dormir. Los precios son extremos. Por un martini con hielo cobran 14 euros. El público chic es de mediana edad, muy por encima de los treinta; va vestido de forma extravagante y no se avergüenza de pavonearse por completo, lo que en sí mismo se convierte en un espectáculo agradable. Hay tres puntos principales entre diez sitios populares; cualquier taxista le dirá cómo llegar hasta ellos. Por cierto, por un taxi en San Sebastián cobran 5,40 euros nada más subir. En comparación con Barcelona, donde cobran 2,90, esto irrita un poco. Los taxis son blancos, con una indicación luminosa sobre la cabina. Es más fácil llamarlos a través de un empleado del hotel o del camarero en un restaurante.

La comida de San Sebastián

Como tal, la cocina nacional del País Vasco es rica en los dones del mar y está orientada hacia el activo consumo de éstos en todas las combinaciones e interpretaciones posibles. Son famosas en todo el mundo las diminutas y deliciosas tapas, que se han hecho firmemente con el puesto de símbolo nacional y se sirven tradicionalmente en los bares de calle para ser consumidas con cerveza, vino y sidra. En estos sabrosos pedacitos se incluyen centenares de tipos de bocadillos, canapés, pinchitos, de todos los productos imaginables. Desde la mañana temprano hasta tarde por la noche, las barras de los bares y cafés tientan a todo transeúnte con sus manjares. Es insoportablemente difícil pasar de largo cuando, a la distancia de un brazo extendido, a la luz de brillantes lámparas halógenas, estas delicias cuelgan de los bordes de enormes platos y huelen de forma terriblemente atractiva. Decenas de bares se sitúan tan cerca unos de otros, que a veces los separa una pared de menos de un metro de anchura. Un paseo por una de estas calles recuerda más bien a una exposición gastronómica que a un centro histórico urbano.

 

Pero a pesar de esta abundancia de establecimientos reunidos en un solo sitio, todos tienen sus diferencias, sus recetas propias e irrepetibles, y también sus clientes fijos, que entran cada día a por su jarra de cerveza con la comida del mediodía y por la tarde. Es curioso, pero en todos los bares hay bastantes visitantes, y en las horas de las comidas principales hay que tener una gran maña para llegar hasta la barra. Merecen respeto las habilidades de los camareros, que, de forma desatenta, pero sin ningún error, determinan desde cualquier distancia la cantidad exacta de tapas que el visitante ha elegido y colocado él mismo en su plato. Hay varias recetas inusuales que conviene explicar. Cogen unas sardinas diminutas y las fríen rápidamente en aceite hirviendo con dientes de ajo y trocitos de pimiento picante. Como tapa, es algo admirable y estimula el deseo de encargar cerveza por segunda vez. También nos sorprendió la forma de preparación de los tomates maduros y carnosos. Los cortan en anillos gruesos, los fríen hasta que la piel se pone dorada por ambas partes, y luego les añaden jamón y queso y los rebozan. El resultado es una tortita tan sólida y suculenta, con distintos sabores que se mezclan al comerla, que produce un resultado mágico. Acompaña muy bien a la sidra de manzana, a causa de su ligera acidez propia.

El precio de las bebidas y tapas en los bares de San Sebastián no es barato. Teniendo en cuenta que a la preparación de un canapé se destina una cantidad microscópica de productos, y el componente básico es una fina rebanada de simple pan blanco de barra, el precio de 3 o incluso 4 euros por unidad no es bien recibido. Pero ¿qué le vamos a hacer? El encanto y la atmósfera de un lugar de descanso prestigioso para un europeo de buena sociedad debe pagarse con algo.

En los restaurantes de San Sebastián reina un ligero abuso. Los resultados de varios días de investigaciones sobre el terreno dejaron clara la deshonesta explotación económica de turistas acaudalados de todos los rincones del mundo y la forma en que se les vende, a un precio tres veces más caro del real, cualquier bodrio mediocre bajo la apariencia de delicatessen vascos. Si no conoce usted los sitios adecuados, puede encontrarse en una situación desagradable. Precios astronómicos, pensados para pensionistas americanos que han esperado hasta su jubilación para disfrutar de una fantástica cena en el País Vasco y que en toda su larga y laboriosa vida no han probado una auténtica delicia española. Por eso, este tipo de clientes está dispuesto a pagar cien euros por persona por una comida de dudosa calidad y cantidad. Para no acabar haciéndoles compañía es necesario un conocimiento detallado del lugar y de las tradiciones de dar gato por liebre a los turistas. No pregunte por un “buen restaurante” en el hotel. Solo conseguirá que ganen comisiones a su costa enviándole a un chiringuito turístico donde tendrá que comer cualquier cosa. Utilice mejor las direcciones indicadas más abajo o pida consejo en español a algún transeúnte.

Para asombro general, en San Sebastián fingen no conocer la existencia de las divinas gambas frescas de la localidad catalana de Palamós. Aquí, por el mismo precio venden unas supuestamente frescas gambas de Huelva, de color naranja pálido, de la mitad de tamaño, sin su jugosa cabeza, y cuyo “paradisíaco” sabor, en opinión de los dueños del restaurante, debe hacer que el cliente ponga los ojos en blanco y caiga de espaldas. Mejor no encargarlas. La diferencia entre estas gambas y sus baratos primos congelados es nula, y el precio está en los treinta euros por decena. Pero, como siempre, el separar paciente y juiciosamente el grano de la paja da sus buenos frutos. Después de tres errores trágicos, descubrimos afortunadamente el restaurante “Urola”. En él se compensaron con creces todos los vagabundeos culinarios de los últimos días.

 

El restaurante “Urola” es una minúscula empresa familiar, donde las mesas están tan apretadas, que, al distraerse hablando e ir a pinchar con el tenedor en el plato, es posible equivocarse y comerse un bocado sacado del plato de un vecino desconocido. Pero el sitio es acogedor y limpio; el personal de edad avanzada muestra una afabilidad paternal. Y la calidad de la cocina conquistó el corazón y el estómago de todo nuestro grupo desde el primer plato. Entre lo encargado había una receta denominada “Huevo Rosendo con kokotxa fresca de merluza y espárrago”, consistente en ventrescas de merluza fresca con espárragos blancos y una salsa de huevo. Se trata de una mezcla muy fina en la forma de un espeso caldo de huevo con trozos del pescado más delicado, espárragos ligeros y varias especias decorativas. Mejora el ánimo a la velocidad del rayo. Como segundo nos agasajaron con un plato de brotes de alcachofa con almejas. Aquí comentamos dos puntos importantes para el sibarita. En primer lugar, ¡es un auténtico descubrimiento! Se trata de pequeñas alcachofas jóvenes, que resultaron varias veces más delicadas y sabrosas que su variante adulta. Pregunta: ¿dónde las venden a la gente corriente? Y el segundo punto es que el término “almeja” se traduce en ruso como “molusco marino”. Y eso es todo. Un descuido ofensivo y hasta hoy no corregido. Es lo mismo que traducir los bliní, sirnikí y pirogí rusos a cualquier lengua con el término “frito”. Y, finalmente, el principal y más esperado plato en nuestra mesa fue una langosta atlántica viva. Pomposamente la sacaron del acuario y, mientras se retorcía fieramente y luchaba por su vida, nos la mostraron. En ese momento, la langosta de dos kilos aprovechó la última oportunidad de vengarse y salpicó bien de agua salada a sus torturadores. Por esa impertinencia, la frieron rápidamente en una sartén hirviente con aceite de oliva. Nos la comimos en un minuto, y a continuación damos el correspondiente testimonio. Era la langosta más sabrosa entre la multitud de sus congéneres que hemos probado en diversos países durante diez años de viajes. Probablemente, todas las pequeñas asperezas en el sistema de la alimentación pública de San Sebastián se perdonan fácilmente a causa de una de estas langostas atlánticas que viven en las aguas locales, y que sin duda son un motivo consistente y aromático para recorrer seiscientos kilómetros para su degustación. También resulta una buena elección en lo que se refiere al precio. En este restaurante la venden por su peso, y el precio es solo de 85 euros por kilo, lo que resulta justo la mitad más barato que en otras provincias de España. ¡No desprecie las extremidades! En la cabeza huesuda de este animal marino se ocultan los trozos más sabrosos. Cuando ya se ha comido toda la carne que hay en el plato al alcance de un tenedor normal, hay que quebrantar con tenazas, firmemente y sin piedad, el punzante caparazón y las patas largas y finas, extrayendo así la preciada molla. ¡Buen provecho!

Restaurantes: «Restaurante Urola», «La Perla»

Alexander Chufarovskiy

Fotos: Camino a San Sebastián, Casco hstórico de ciudad, Bares y restaurantes

 

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