Esta categoría de emigrantes de habla rusa es la más afortunada en la elección del credo vital, y los jóvenes de este grupo resultan menos perezosos que los “románticos encantados”, que tras su llegada a España caen víctimas del virus que lleva el mismo nombre. Durante el primer o el segundo año después de la inmigración no se logra detectar diferencias especiales entre este tipo de personas y los estudiantes clásicos europeos. Comienzan su formación en el extranjero con seguridad, viven tranquilamente y en consonancia con los modestos medios de que disponen. En una cierta etapa de la adaptación en España, conforma un grupo bastante sano de juventud rusohablante con una mentalidad analítica y una atracción natural por las ciencias. Tras aprender el idioma, incluso comienzan a trabajar a media jornada en alguna empresa para practicar sin esforzarse demasiado.
Mientras tanto, pasa un año, pasa otro, y cinco años transcurren igual. De repente, descubren que la juventud está llegando a su fin, que es necesario casarse, tener hijos, y trabajar mucho con el sudor de su frente, gastando todo el sueldo en el pago de la hipoteca y los pañales. Se acabaron las fiestas al final de los semestres, la cerveza semanal los martes en el paseo marítimo con las chicas del primer curso, y el vuelo agradable del alma en el ambiente fresco y tranquilo de las aulas universitarias.
En este momento en su cabeza un interruptor hace un “clic!”. Ponen los ojos en blanco, se vuelven a embutir en sus vaqueros gastados y comienzan a matricularse para una segunda carrera. Terminada ésta empiezan a trabajar de auxiliares de laboratorio en la facultad, y ayudan durante años a sus antiguos profesores en la realización del genial proyecto científico de turno. Es decir, lo que sea para no abandonar nunca el mundo confortable del "estudiante perpetuo” y no hacerse a la mar de la vida adulta plena.
¿Pero por qué? Pues porque en España actualmente una tercera parte de los jóvenes graduados vive así. Por un lado está de moda, por el otro además es increíblemente agradable. Se prolonga la irresponsabilidad embriagadora del “estudiante perpetuo” por un tiempo indefinido. He aquí una original escapatoria o bien una trampa para el inmigrante joven rusohablante.
Por lo demás, si observamos con más atención, encontramos que estas personas pueden serle bastante confortables y útiles. No trabajan mal, su trabajo es solicitado. Son candidatos directos para puestos como el de traductor, secretario, reportero para la página de noticias de un portal del Internet. “Los estudiantes perpetuos” son compatibles con el puesto del guía turístico educado que cobra por horas, o hasta para el papel de erudito que trabaja de barman en una cervecería los sábados por la tarde. ¡Y es que “los estudiantes eternos” también tienen que ganar un sobresueldo en algún sitio para comprarse chucherías!
Son sociables, dinámicos, participan con gusto en la vida de la ciudad. Pasean mucho por las calles céntricas, están dispuestos a asistir un concierto de música jazz y a veces animados y sonrientes hacen ruido en una cafetería, discutiendo sobre política y haciendo bromas sobre cuestiones del corazón. Una sola vez al mes se retiran para montar una juerga con control por los locales de ocio. Preferirían el bowling y el parque de atracciones al show de striptease de los clubes nocturnos. Para atontar el cerebro, los “estudiantes perpetuos” optan por el vino seco o la cerveza de barril en perjuicio de la marihuana que fuman con precaución, y nunca probarán cocaína, ni tragarán a puñados pastillas de anfetamina. No se pasan de la raya en los lugares públicos y no se enfrentan al mundo ni en sus apariencias ni en sus valoraciones.
En otras palabras, no podría imaginar un entorno mejor que su compañía para un pasatiempo informal. No obstante, si intercambian cortesías cotidianas a la hora de tomar un capuchino en el bar de la esquina y conversan maravillados sobre una próxima devaluación del rublo, esto no es motivo suficiente para creer que entre usted y tales personas han surgido grandes simpatías mutuas. Tendrá delante de usted a un hombre o mujer decente de 28 a 40 años de edad con una conciencia flexible y entrenada y una mirada perspicaz. Le parecerán lo suficientemente formados y honrados como para atraer sus talentos a su empresa. Pero no les proponga nada en serio, del estilo de la conquista del mercado español del caucho sintético mediante el suministro dumping de materias primas baratas de Rusia. Pueden mantener una conversación sobre este tema por la mañana y compadecerse de usted por la falta de profesionales de calidad en la ciudad. Si insiste, incluso pueden dejarse persuadir de que llegó la hora de ganar “un par de millones” para comenzar ya a partir del día siguiente a realizar juntos un perfecto plan de negocio.
De todas formas, nunca y bajo ningún tipo de circunstancias aparecerán por su oficina al día siguiente. En el mejor de los casos, a la hora de comer le llamarán para decirle que tenían que asistir a las clases de una asignatura optativa de la que se acaban de matricular. No olvide, que su regla principal de su vida es “¡No a los esfuerzos extra! ¡La vida a media jornada!”
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