Ahora ha llegado la hora de hablar un poco sobre los estafadores de una clase más alta que los “simplemente empresarios” descritos anteriormente. ¿Por qué para denominar un grupo de inmigrantes en España de profesión dudosa empleamos el adjetivo "fracasados" cómo definitivo e indiscutible? Quizás los llamamos "fracasados" porque el ser aventurero en España es una mala opción por defecto. Este país es infinitamente hermoso por sí mismo para canjearlo por un conflicto con la ley, aunque te dieran todo el dinero del mundo.
Aún así, desde hace mucho a España van llegando muchos espabilados con experiencia en estafar a la gente confiada en las salvajes tierras de la CEI. Su objetivo es trivial y claro. Se han cansado de un invierno que dura ocho meses. Ya han ganado algo de dinero, que han convertido en divisa. Ahora les gustaría una playa caliente, un sol brillante, unas aceras limpias, unos policías educados y simplemente la posibilidad de complacerse a sí mismos vistiendo pantalones blancos el sábado por la noche para dar un paseo por el paseo marítimo.
En su gran mayoría esta gente viene a España sólo para descansar. No obstante, al cabo de poco tiempo quedan sorprendidos al descubrir en España campos vírgenes de idiotas despreocupados. Entre los que se incluyen no sólo compatriotas relajados en la emigración, sino también ingenuos autóctonos. O por lo menos a los "aventureros fracasados” les puede parecer así.
De esta forma, frunciendo las cejas con gravedad fundan rápidamente en España una nueva empresa e incluso reciben el permiso de residencia teniendo en cuenta que económicamente se lo pueden permitir. Algunos de ellos acostumbrados a organizar estafas a lo grande, logran hacerse con personal hispanohablante y contratan a algunas españolas que les han caído en gracia. Comienza una vieja historia. Los “aventureros fracasados” escogen para su trabajo los proyectos que primera vista son más alocados. A veces algo les sale bien. En todo caso, cabe precisar que alcanzan cierto resultado intermedio que ellos tratan de reconocer como un éxito. He aquí una historia que pasó en los últimos años con unos “aventureros fracasados” de las filas de los inmigrantes ex-soviéticos en España.
Por medio de unos testaferros españoles unas personas compraron una pequeña fábrica abandonada en un barrio perdido en las afueras de Valencia, que antes producía conservas de pescado. En una zona de provincias y poco desarrollada económicamente, donde nadie quiere invertir, encontraron, por supuesto, una acogida muy cordial. Incluida la de la administración regional, decepcionada de la vida desde hacía mucho tiempo. E incluyendo también la administración de una sucursal a punto de morir de un gran banco. Los modestos tres millones de euros y pico, contabilizados en los papeles como recibidos por el propietario en concepto de venta de la fábrica, en estos lugares imponían respeto.
Estas personas despliegan una actividad febril, contratan a más de doscientos obreros por un plazo indefinido, y aparentemente traen e instalan una nueva maquinaria. Van pasando a través de la cuenta de la empresa más y más cantidades, los banqueros se están frotando las manos, pues por fin ha comenzado el flujo del dinero hacia su rincón perdido!
Mientras tanto como quien no quiere la cosa el director de la nueva fábrica comienza a preocuparse mucho por los trabajadores que acaba de contratar. Explica que tienen que ir al trabajo desde lejos, que sus niños lloran y no quieren levantarse temprano. ¿Por qué no levantamos en poco tiempo un pequeño barrio obrero justo al lado de la fábrica? ¡Sólo hace falta que se ayude a estas gentes a conseguir un crédito! Y bien, al banco se le hace la boca agua, se le enrojece el rostro y los ojos comienzan a girar de forma asimétrica. ¡Más de medio centenar de hipotecas de un solo golpe! ¡Vaya suerte!
Sin dudar ni un instante a los cien trabajadores se les otorgan hipotecas con la fianza de sus sólidos contratos laborales para muchos años, avalados, por supuesto, por la fábrica. Mientras tanto, en un solar que despide mal olor comienzan a transitar las excavadoras. Se ha hecho la transferencia a la empresa de construcción contratada, están llegando ladrillos y los trabajadores siguen con entusiasmo las grandes obras de la edificación de sus futuras viviendas. Parece que todo el mundo está feliz. Pero llega el hermoso amanecer de recobrar la vista. Se ha abierto un total de cincuenta y cinco créditos hipotecarios por un monto de dieciséis millones de euros. Nadie logró encontrar a los nuevos propietarios de la fábrica en aquella apartada región. Más tarde resultó que la fábrica no costaba efectivamente más de cuatrocientos mil euros, y que su anterior propietario participó en una confabulación con los estafadores. Más tarde se averiguó que todo esto era un timo para de recibir de un golpe recursos para una construcción ficticia con las garantías de un “capitalista serio”.
En alguna medida se podría respetar a canallas tan listos y con buena formación jurídica. Han pasado más de dos años y el asunto se olvidó. Mientras tanto, una oficina de auditoría independiente no perdió el tiempo y logró calcular unas cifras interesantes. Resultó que si los timadores hubieran invertido los mismos esfuerzos laborales y sociales, el tiempo y alguna parte de su efectivo en el mismo proyecto sin engañar a nadie, hasta en aquella región la rentabilidad de cualquier tipo de producción se habría igualado a su beneficio obtenido de forma delictiva. Y en un futuro próximo incluso habría empezado a superarlo sustancialmente. El problema radica en su adición a robar y engañar a nivel instintivo. Por lo visto, consideran un deleite superior la posibilidad de vagabundear por el mundo hasta el fin de su vida, mirando el mundo a través de unos visillos corridos. No está claro qué es lo que les impide superar los extraños complejos socialistas que no permiten ni admitir la posibilidad de administrar un negocio honesto con rentabilidad y perspectiva potenciales. Los psicólogos aseguran que la causa del mal se radica en el lúgubre rito de incorporación, a una edad muy temprana, al grupo de los jóvenes seguidores de la revolución de octubre, lo cual es injustificadamente prematuro para una tierna mente infantil.
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