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Obreros temporeros

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Este grupo de inmigrantes de habla rusa en España presenta un predominio sin precedentes en relación a todos los demás grupos en su conjunto. Representan más del 40 % del total de los que vinieron desde la CEI a España para residir permanentemente, y tomaron la decisión de lanzarse al remolino de incertidumbre y privaciones de la emigración debido a lo insoportable de las condiciones de su vida cotidiana en la tierra natal. En este caso, como nunca, es conveniente emplear la vieja sabiduría popular que de dos males se escoge el menor.

Los “obreros temporeros” en España en su mayoría son gente sencilla que procede de la multitud de rincones de la inmensa zona de provincias post-soviética. ¿Por qué les damos este nombre? Porque se les llame como se les llame son mano de obra temporal y no cualificada de la capa inferior del pastel de la economía española. Después de una conversación breve con un obrero temporero que acaba de llegar acerca de sus intenciones en el extranjero, a uno le parece que está hablando con un Iván Susanin  con la arrogancia de Alejandro de Macedonia. Bajan del autobús dispuestos a ganar todo el dinero del mundo con un martillo y un cubo de clavos. Por supuesto, al final todo se reducirá a ilusiones infundadas. Tales personas vienen a España considerándose inmigrantes y creen cambian por completo su vida una vez para siempre. Pero en realidad sólo podrán convertirse en "obreros temporeros" que no serán capaces de aguantar más de unos meses el extenuante ritmo de un trabajo que está por encima de sus fuerzas en una tierra extraña.

Si quiere imaginar como son, piense en personas económicamente desfavorecidas, con una formación deficiente, a veces incluso enfermas físicamente e inestables psíquicamente, de un edad comprendida entre los 18 y los 60 años. Imagine a sus familias y a sus hijos. En su esencia son refugiados económicos. Para muchos de estos emigrantes, ésta no es la primera vez que prueban fortuna en el extranjero. En el grupo de “obreros temporeros” semejante emigración de masas constituye un fenómeno bastante frecuente. Habitualmente primero vienen los hombres, tratando de arraigar en la tierra prometida. La primera vez no resulta exitosa para todos. Algunos encuentran fuerzas para una segunda o tercera tentativas. En total, con enormes esfuerzos y privaciones adquieren la experiencia vital mínima necesaria para la integración en la sociedad absolutamente desconocida e incomprensible de otro país.

rusosEs natural que en las condiciones de escasez de información y falta de recursos no se permitan el lujo de escoger a su gusto la ciudad de España en la que van a residir. Su llegada más bien recuerda un desembarco aéreo de noche con paracaídas que un viaje turístico. Tienen un verdadero talento para condenarse a sí mismos y a sus familiares a una serie de sufrimientos insoportables durante el éxodo. Las causas son simples. Este grupo social presenta los más altos riesgos en las cuestiones de vida cotidiana en un proceso de emigración, y que están directamente relacionados con su bajo nivel de formación en general y su falta de conocimientos elementales sobre las leyes de la supervivencia. Este grupo no tiene nociones sobre los principios de la comunicación en la sociedad, ni una trivial cultura de conducta positiva. No son capaces de integrarse ni un milímetro en un ambiente extranjero, y son rechazados desde el primer día. Para los españoles son invitados no deseados y peludos que huelen a zanja provenientes del norte hambriento.

A fin de cuentas, todas estas personas constituyen un problema para el gobierno de España. En la etapa inicial de adaptación se convierten en un absceso antisocial en el cuerpo de cualquier ciudad mediterránea. Motivados por la falta de dinero, presentan síntomas de hiperactividad. Por un lado, desde que el sol sale hasta que se pone se mueven agitados en busca de cualquier puesto de trabajo. De ese modo atraen la atención de timadores de todos los pelajes. Digamos, que directamente, provocan a los empresarios avaros a ofrecerles salarios indecentemente bajos en dinero negro, y, por tanto les tientan a despedir a la mano de obra legal, más cara, y a evadir impuestos. Por otro lado se trata de la actividad del pez cogido en la red, que raya la agresividad.

Dichas condiciones de estrés ponen de relieve calidades personales poco atractivas. Tras vivir largos meses de privaciones y humillaciones el emigrante se sumerge en un estado de afecto profundo, pierde el control y comienza a usar ya cualquier salida para mejorar su suerte. Como es conocido, las soluciones fáciles a menudo huelen mal. Inevitablemente llega a un conflicto con su conciencia, traiciona y engaña a sus amigos, y realiza actos deshonestos y humillantes, violando los principios morales. No es raro que en la emigración los muchachos sencillos provenientes del mundo rural de cualquier rincón perdido de la CEI se conviertan en alcohólicos, drogadictos y criminales sin poder aguantar la presión de las duras condiciones de la vida de este “grupo de riesgo”.

Lamentamos enormemente que entre los “obreros temporeros” se noten una crueldad y arbitrariedad especiales. La ignorancia y el miedo engendran unos monstruos asombrosos. Si a España llega un mozo joven con la simple ilusión de ganar dinero en una obra de construcción, puede encontrar peligros mayores que los que entraña hacer el servicio militar en una zona de conflicto bélico.

He aquí una historia. Piotr, un hombre joven de 26 años de la ciudad de Perm, albañil graduado de un instituto de formación profesional, no encontró colocación en la ciudad natal y, tras caer en la tentación de las numerosas proposiciones de Internet, partió a España para conseguir “un trabajo de temporada bien remunerado” en una empresa de construcción. Atravesó en autobús toda Europa y los primeros en recibirle en la estación de autobuses de Barcelona fueron dos hombres desconocidos que iban bien vestidos. En un mal inglés pidieron con cortesía a Piotr y a otros chicos como él que les mostraran su documentación.

Tras examinar por un momento los pasaportes, los hombres de repente empezaron a comunicarse por una emisora. Al cabo de un minuto mostraron unas insignias brillantes en las que se leía la palabra “Interpol”. A los muchachos les cayó el alma a los pies. Al cabo de un cuarto de hora de discusiones en español los terribles hombres de caras inteligentes les preguntaron muy cortésmente si llevaban dinero encima. Todos los muchachos sacaron quinientos euros cada uno, los cuales fueron recogidos por los hombres de la emisora para “comprobar su autenticidad”. Uno de los “oficiales” se retiró al edificio de la estación. Al cabo de cinco minutos se fue el segundo, mostrando con los gestos que los inmigrantes ilegales tenían que esperar fuera. Fue la primera lección para los idiotas que van al extranjero. Perdieron la documentación y el poco dinero con el que contaban. Poco tiempo después, este incidente les parecerá un beso tierno de una virgen al amanecer comparado con las terribles aventuras que pasarán en España.

Las maliciosas trampas que esperan a muchachos como Piotr van perfeccionándose año tras año con las "quintas" que van llegando, siempre en un número que supera las expectativas. Existen brigadas de estafadores que desde hace mucho se han especializado exclusivamente en los que “acaban de llegar”. Estos hombres “respetables” prometen darles trabajo rápidamente, y bajo este pretexto se quedan con la documentación de estos ingenuos muchachos y los llevan a obras alejadas, ocupando todo su tiempo con el trabajo más duro sin pagarles. Los tienen a pan y agua en el sentido más directo, y en caso de que intenten resistirse o desobedezcan les intimidan e incluso les pegan.

La lista de las amenazas comienza con la represión física y termina con la entrega a la policía con la acusación de haber intentado robar los bienes personales del empresario. En esta situación estos pobres diablos, sin dinero, sin pasaporte, sin lengua ni conocimiento de las leyes quedan al borde de la locura. Como paso siguiente, al cabo de algunos meses se les deja escapar como por casualidad. La persona, devastada, debilitada, enfurecida, se queda en la calle sin posibilidad de sobrevivir, y se encuentra físicamente al borde de la muerte, mientras que los canallas ya tienen a otro tonto novato para reemplazarle.

Un ejemplo más. Valeri fue la infancia era un muchacho alto y robusto. Llegó a España y con otros "trabajadores temporeros" durante unos tres meses trabajó en la construcción de una casa de campo grande. Pero el empresario no tenía ninguna prisa en pagarle el sueldo. Después de pedírselo muchas veces, Valeri amenazó con que abandonaría la obra y encontraría la forma de cobrar el sueldo más tarde, porque no iba a olvidar la ofensa. El contratista, astuto y de edad avanzada, no hizo más que sonreír al oír las amenazas. El mismo día, Valeri fue al centro de Barcelona y decidió dar un paseo por la ciudad. Poco tiempo después, en una de las hermosas plazas de la ciudad vio a unos jóvenes fumando un cigarrillo que le parecieron compatriotas. Se les acercó y se puso a hablar con ellos. Resultó que no se conocían pero que procedían de ciudades vecinas de Ucrania.

Se entabló una conversación agradable. De repente, al cabo de unos quince minutos, de todas partes salieron policías vestidos de uniforme y motorizados. Les pidieron la documentación a los jóvenes. Imagínense el asombro de Valeri cuando todos fueron detenidos y llevados a comisaría. Resultó que en sus bolsas los nuevos conocidos de Valeri llevaban ropa de moda robada de grandes almacenes de los alrededores. A Valeri le acusaron de robo, a pesar de los esfuerzos de sus conocidos ocasionales de explicar que era inocente. El tribunal los condenó a cuatro años de cárcel. No ayudaron los testimonios de la inocencia de Valeri por parte de sus pseudocómplices, ni el abogado contratado por los padres a costa de vender el coche familiar.

Los vastos y gigantescos espacios de la antigua URSS albergan a excéntricos personajes que no tienen bastante tras sufrir una experiencia negativa. Algunos mártires tienen en su currículum auténticos colmos de la mala suerte. Por ejemplo, Oleg y Yuri, de veinte años de edad, vinieron de Bielorrusia. Se aprovecharon de los servicios de una agencia de captación en Minsk y vinieron a España para trabajar de estucadores. Pasó el primer mes, después pasaron tres meses más, y transcurrió también medio año, mientras que eran explotados sin piedad y sin ningún tipo de remuneración por unos compatriotas en una obra de construcción desgraciada. Cuando casi escaparon de sus compatriotas, Oleg y Yuri no tenían dinero ni para hacer una llamada internacional, sin hablar de la alimentación y la vivienda. Por eso se dejaron caer en la categoría de mendigos sin domicilio.

rusosDurante más de un año se dedicaron a pedir limosna en las calles turísticas de Barcelona y muy a menudo no tenían ni un céntimo para comer. Más tarde creyeron a un polaco de apariencia respetable que hablaba ruso, y se encontraron en su granja agrícola perdida en las montañas. Al llegar allí supieron que el obrero debía recoger a mano como mínimo una tonelada diaria de hortalizas diaria bajo un sol abrasador para garantizarse al menos una comida y agua. Oleg y Yuri consiguieron escapar de la esclavitud gracias a los cincuenta euros que les dieron unos bondadosos turistas rusos que por casualidad fueron a parar a la granja. Anduvieron más de veinte kilómetros por una pista forestal y en una aldea minúscula compraron los billetes del autobús que los llevó hasta la ciudad por un sendero montañoso. Todo esto podría parecer una telenovela de ficción, pero no es así. Una parte considerable de los “obreros temporeros” tiene un verdadero talento para meterse en problemas.

Cuando tras meses largos de fracasos a cada paciencia llega su fin y el cuerpo ya no puede más, estos emigrantes lo mandan todo al cuerno y con un gemido desgarrador de desconsuelo compran billetes de vuelta a casa con dinero robado o mendigado. Pero, al pasar un año, engordados con borsch  casero, recobran las fuerzas y vuelven a hacer proyectos de emigración. Es un juego extraño e incomprensible para muchos.

Si examinamos todo esto desde el punto de vista de un politólogo sin sentimientos, existe una serie de causas objetivas para que tales personas sigan dirigiéndose a España para trabajar. Aquí, según la leyenda que propagan los períodicos, pagan realmente cinco e incluso diez veces más, que "allí". Aquí, por causas objetivas, no existen los altísimos riesgos de criminalidad sin limites y la arbitrariedad de la policía, a los que se enfrenta cada día cada un ciudadano de las antiguas repúblicas de la URSS por el mero hecho de salir de su casa. Aquí la sociedad es profundamente positiva y benévola por defecto. Aquí los inmigrantes esperan que podrán pasear con toda su familia cogidos de la mano por una acera limpia, en vez de mirar con recelo en cada esquina en busca del enemigo agazapado con un garrote preparado. Les parece que en España no encontrarán a un bandido dispuesto a matar a cualquiera de un golpe para conseguir bebida o drogas.

Podemos continuar mucho tiempo esta lista de contrastes, pero en cualquier caso es importante sólo una cosa. Todas estas personas vienen aquí en busca de tranquilidad y bienestar para su familia. En aras de conseguir una vida mejor están dispuestos a trabajar hasta no poder más y a hacer todo lo que saben hacer, e incluso estudiar y aprender lo que sea necesario. Pero la mayoría de ellos no toman en consideración una circunstancia esencial y fatal para ellos. Es el factor humano de su filiación social. Acordémonos de que estos ciudadanos en su patria histórica a causa de su bajo nivel cultural y de lo poco que podían ofrecer a la sociedad no eran capaces de conseguir el bienestar y organizar una vida adecuada para su familia. Sería interesante saber por qué todo esto debería cambiar para mejor en unas condiciones aún más difíciles de un estado extranjero. He aquí la pérfida esperanza secular del avos’ ("quizás") ruso y de pensar al que otro lado del mar la hierba será más verde .

El drama de este grupo consiste en su intento de cambiar el mundo que les rodea, trasladándose en el espacio, sin desear y aspirar a perfeccionarse ellos mismos. Por eso corren muchas historias que hielan la sangre sobre las dificultades y privaciones de la clase obrera en los vastos espacios de los estados extranjeros.

No obstante, gracias a Dios, se trata de casos extremos, aunque sean frecuentes. La situación general de los “obreros temporeros” es relativamente estable. La mayoría de ellos, tras sufrir atentados contra su libertad, tras poner repetidamente su enjuta espalda bajo los golpes fustigantes de la fortuna, al fin y al cabo aprenden los principios de la conducta correcta en el extranjero.

Para ser objetivos recordemos que en España además de tunantes y canallas vive un montón de gente buena. Hay muchos comerciantes que necesitan buenos trabajadores a quienes están dispuestos a pagarles bien. Al grupo de agraciados podemos adscribir a los inmigrantes que se encontraron con “un buen patrón” y trabajan hoy en las obras de construcción o restauración, empresas agrícolas e industriales, ayudando en familias acomodadas en sus quehaceres cotidianos o haciendo el trabajo sucio en las cocinas de hoteles y restaurantes. Estas personas resultan ser extremadamente humildes, resistentes y laboriosas. Gracias a estas cualidades muchos empresarios honestos españoles los contratan con gusto para sus proyectos y empresas. Algunos de los empresarios quedan finalmente tan apegados a su “plantilla rusa” que incluso comienzan a tramitar por su propia cuenta el permiso de residencia, esperando retenerlos por algún tiempo más.

A pesar de todo, la mayoría aplastante de “obreros temporeros” en España están obligados a trabajar ilegalmente. La obtención del permiso de residencia con derecho a trabajar constituye su principal sueño y es el apogeo de la vida de uno de estos viajeros. A veces tardan varios años en superar todos los obstáculos imaginados y por imaginar y recibir el deseado trozo de plástico con su fotografía que les convierte en inmigrantes de pleno derecho.

Estas personas viven durante años compartiendo con varias familias un minúsculo piso de las afueras de cualquier parte de España, comiendo de la misma olla y ahorrando cada euro que pueden para las épocas de vacas flacas. No obstante, merecen respeto, ya que teniendo en cuenta el nivel desde el cual parten, realizan una verdadera hazaña por el futuro de su familia, de unos hijos que más tarde podrán vivir y criar a sus hijos en el territorio de un estado económicamente más afortunado y con más perspectivas.

 

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